¡Qué grande es el cine! (24/01/2000) |
Primera de las sub-producciones de "terror" encomendadas a Val Lewton al frente de una especie de "unidad independiente", también primera de las tres ilustres colaboraciones de este productor insólito con el no menos insólito director Jacques Tourneur, La mujer pantera tiene un cierto carácter programático - por cuanto Lewton, que debía haber pensado el asunto - ya tenía un planteamiento original, que iba a desarrollar en los tres o cuatro años siguientes, con un reducido equipo de selectos colaboradores, y al mismo tiempo constituía una especie de experimento controlado: el riesgo no era grande, ya que se trataba de hacer películas de poco más de una hora, muy baratas, que sirvieran de complemento de los programas dobles; como la innovadora fórmula tuvo éxito desde el primer momento, gracias en parte al singularísimo talento de Tourneur y a su inmediata comunión con los planteamientos discretos y ahorrativos de Lewton, la siguió aplicando, puliéndola y desarrollándola sobre la marcha.
Desde ese punto de vista, aunque se trate sin duda de un acierto a la primera, y puede incluso preferirse a las demás, no creo sostenible que Cat People sea la más lograda, sutil o avanzada de las contadas producciones de Val Lewton, y sólo la enorme inteligencia y la exigencia plástica de Tourneur, el más "veterano" de los directores empleados por Lewton (Mark Robson y Robert Wise eran debutantes, los dos procedentes del montaje, en cuyo haber, además de las primeras muestras de esta serie, están las primeras obras de Orson Welles) permite que sea una de las mejores y que incluso pueda ser considerada – desde otros puntos de vista - la más compleja y fascinante.
La osadía de Lewton resultó excesiva para los dirigentes de la RKO, que no le permitieron ser tan sugerente como quería, obligándole a ser levemente más explícito (quizá también, es posible, más eficaz y concreto) de lo que él y Tourneur deseaban. Con todo, la película es de las que nos tienen en vilo todo el rato precisamente porque nos hacen dudar de nuestros sentidos, de nuestra percepción: no sabemos si hemos visto algo, una fracción de segundo o entre sombras y reflejos, o lo hemos imaginado, como la lógica y la verosimilitud nos hacen pensar que les ocurre a los personajes. Sospechamos del menor ruido, como ellos, y estamos con el oído aguzado y alerta, al acecho de una banda sonora de un nivel acústico singularmente bajo - lo que nos obliga a prestar una atención intensísima - y llena de rumores y crujidos, que también pueden conducirnos a la duda o la sospecha de que sufrimos una alucinación auditiva, y nos esforzamos por identificar cada murmullo, por detectar su procedencia.
Lo que Tourneur hace - porque se trata, aunque menos acentuado y sistemático en otras ocasiones, de un método habitual suyo para captar y retener nuestra atención, para tenernos en vilo, suspendidos al borde de la comprensión, pendientes de la pantalla - no sólo es muy simple; es, además, elegante, eficaz y baratísimo. Justamente lo contrario de lo que se suele hacer en la actualidad, abusando de la permisividad o inexistencia de censuras para mostrar todo bien explícitamente, o crearlo virtualmente cuando no es posible captar su representación sin más. En los antípodas del "gore", de los chorros de sangre, las entrañas de goma y la casquería, al igual que tan lejos como cabe del cine de efectos especiales, Cat People se limita a explotar con inteligencia no ya los escasos recursos disponibles sino incluso, con ayuda de nuestra imaginación, los que no tenía a su alcance e incluso los que no existen, los fenómenos que racional y lógicamente son imposibles.
Casi sin dinero, decorados ni actores, apenas con los elementos básicos del cine sonoro -la luz, la sombra, el sonido, el silencio -, con una historia que, por ser inexplicable lógicamente, deviene fantástica e intrigante, pero que, de no aceptarse tales insinuaciones, valdría para un melodrama relativamente realista de problemas psíquico-sexuales, Cat People consigue, desde el primer plano, hacerse con nuestro interés, para no soltarlo ya un instante hasta que, apenas 70 minutos más tarde, alcanza su trágico desenlace (para todos los que nos interesemos por Irena, y es difícil no hacerlo encarnándola Simone Simon) o su satisfactorio final feliz, para los que se identifiquen con la pareja algo vulgar y finalmente un tanto mezquina que forman su marido, Oliver Reed (el frío y nada simpático Kent Smith), y su compañera de trabajo "Alice Moore" (la nada misteriosa Jane Randolph).
Esta dualidad final revela en parte lo que, de un modo continuo pero menos perceptible, ha estado sucediendo durante toda la película: que Tourneur y Lewton han estado jugando "a dos barajas", contándonos en paralelo, casi intercaladas, dos historias: es decir, que han suplido la carencia de medios con imaginación y trabajo intensivo. Por eso la película no es ya que tenga "dos niveles", o que admita "dos lecturas", sino que se mueve entre la realidad y la fantasía y son en parte los "desbordamientos" de una en otra, las mutuas "interferencias" de las dos las que contribuyen a apuntalar la más increíble, con ciertas dosis de realismo, y a hacer inquietante y grave la más cotidiana y "normal", y es ese zig-zag el que contribuye igualmente a crear ese extraño ritmo envolvente, que nos mantiene clavados en la butaca, pendientes de lo que sucede en la pantalla - aunque no del todo "ante nuestros ojos" -, confrontados con la aparente evidencia de lo imposible y con explicaciones que se tornan dudosas y huidizas cuando estábamos a punto de darlas por buenas. Es un método, por cierto, del que Hitchcock tomaría buena nota, sobre todo en el periodo final de su carrera (desde Falso culpable y Vértigo, pasando por Con la muerte en los talones y Psicosis, hasta Los pájaros y Marnie, la ladrona), del mismo modo que no sería extraño que Tourneur y Lewton viesen con especial interés Rebecca y Suspicion.
Hay que decir que DeWitt Bodeen, el guionista, se ha apoyado en ideas y esquemas puramente convencionales, sistemáticamente convertidos en raros, anómalos e inquietantes por el tratamiento de Tourneur y Lewton. El comienzo, por ejemplo, es una típica situación de "chico conoce a chica", preludio del idilio entre dos desconocidos, que pueden casarse apresuradamente, cuando aún no se conocen lo suficiente, como tan a menudo sucedía en la realidad contemporánea, justo después de la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Sí, pero, todo cambia, y suena extraño, simplemente por el escenario elegido para el encuentro: el zoo, frente a la jaula de los grandes felinos. Y por lo que hace: Irena se dedica a dibujar a las fieras, Oliver la observa; ella, descontenta, arroja al suelo los esbozos fallidos, que el pulcro hombre de orden que es Oliver pacientemente recoge; entablan conversación... y cuando llega el momento de la despedida, casi nunca aún sellado con un beso, y de quedar para otra vez, Irena le sorprende (y a nosotros con él), invitándole a su piso, donde, para colmo, no hay parientes ni compañeras de cuarto, ni nada parecido, menos aún (ya lo habíamos intuido) una familia, sino la soledad de una emigrante reciente de Serbia perdida en la gran ciudad de los rascacielos.
La escena que tiene lugar, misteriosamente elíptica, y con un paso asombroso a la penumbra, es nuevamente sorprendente: no hay coqueteos ni anécdotas; apenas hablan, y cuando lo hacen, los pretextos que ofrece el decorado son de lo más alarmantes, y lo que Irena cuenta, con un tono entre horrorizado y nostálgico, y sin dudar en lo más mínimo acerca de su veracidad, resulta de lo más raro e insólito.
Esta segunda escena debiera dar la pauta ya, advertirnos de los singulares derroteros que va a seguir la película, del turbio y ambiguo territorio que irá explorando... aunque nos confiamos y esperamos que todo vuelva al "orden", a la más convencional de las normalidades, esperanzados, sin duda, por el tono de comedia intimista con que se desarrolla la acción, por su falta total de apresuramiento, estridencias y efectismos.
Y no creo siquiera que se trate de una estrategia, más o menos astuta, destinada a vencer nuestras resistencias ante lo que se aparta tanto de la normalidad que bordea - a elegir - lo sobrenatural o la demencia; es, más que una táctica o una argucia, una cuestión filosófica, pues sospecho, y hay indicios en ambos casos, que Lewton y Tourneur consideraban que lo psíquico, lo atávico, lo instintivo, lo animal, lo surreal y hasta lo sobrenatural, aunque no seamos capaces de entenderlo o de explicarlo, forma parte de la realidad, que no se limita a lo aparente, tangible y visible, y que es en sí misma permanentemente misteriosa, con capas subterráneas o imperceptibles pero sin embargo presentes y actuantes en la vida cotidiana, y eso siempre, en cualquier lugar.
Escenas:
* SS tararea, KS en la penumbra que se ha hecho en su casa, se oye el rugido del león en el zoo
* Elizabeth Russell dice a SS: "Moi sestra"
* Nieva al fondo, SS pegada a la puerta (KS al otro lado), rugido
* El susto del pájaro al meter SS la mano en la jaula: cae fulminado.
* Paseo nocturno de SS al zoo
*Persecución de JR por SS, de noche; autobús
* Cordero muerto, SS sube a un taxi
* SS se desnuda, llora en la bañera
* SS en museo, junto a estatua de deidad egipcia gatuna
* Piscina cubierta
* Al irse KS, SS araña respaldo del sofá
* SS herida, torcida, abrigo sobre la espalda.
Texto preparatorio para la intervención en ¡Qué grande es el cine! (24 de enero del 2000)
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