Como sólo antes la misteriosa La Nuit du carrefour (1932), Cordelier es insólita en la carrera de Renoir por su carácter precipitado y fulgurante. Más sombría de lo habitual, pero no exenta de comicidad, se benefició de la libertad que le confería una idea luego muy copiada: rodar una película con procedimientos - economía, rapidez y varias cámaras - televisivos. No se tema por ello una improvisación caprichosa; de hecho, es la más fiel a Stevenson, pese a actualizarla y trasponerla de Londres a París, de las muchas versiones cinematográficas de la novela breve The Strange Case of Dr. Jekyll & Mr. Hyde. Está verdaderamente adaptada, en la medida en que son otros los conocimientos científicos y psicológicos, otras las creencias y la moral dominante, distinto el clima y el ambiente, pero tenemos en su integridad lo esencial de la inquietante fábula, con toda su ambigüedad y su tragedia, su crueldad y sus aspectos grotescos. Y con la diferencia, radicalmente cinematográfica, de que todo es visible y por tanto concreto, y que el espantoso, deforme y sin escrúpulos Hyde resulta más gracioso en su animalidad sin freno que el civilizado e hipócrita Doctor, reprimido y estirado, vanidoso y petulante burgués. El carácter especular de la doble personalidad extremada del Doctor y el monstruo que lleva dentro y que su brebaje libera impide cualquier maniqueísmo, sin que por ello la película favorezca los términos medios, ni el mediocre, benigno y timorato y crédulo Maître Joly, el abogado amigo ni el excitable, fumador compulsivo y retrógrado rival médico de Cordelier encarnado por Michel Vitold son propuestos como modelos; además, el primero es engañado y traicionado, y el segundo muere, como mueren al final los dos seres que no pueden convivir, ni siquiera alternándose, en feroz lucha por el cuerpo extremadamente plástico de Jean-Louis Barrault, demostración inesperada de que un actor teatral puede ser un gran intérprete cinematográfico si tiene sentido del humor y despliega una elegancia de movimientos digna de Fred Astaire. El nada simiesco y muy bailarín Opale en que Renoir ha transformado a Mr. Hyde es quizá el hallazgo más notable de la película: da miedo y risa a la vez. Para colmo, sólo en Bande à part se ha captado sin falsa poesía el atractivo utrillesco de las calles de los arrabales de Paris, tanto los ricos como los miserables. Y nunca el gris fue tan misterioso desde los tiempos de la fotografía ortocromática de los primeros años del cine mudo. Le Testament du Docteur Cordelier entronca con Feuillade y anuncia a Godard.
En “Movie Movie : guía de películas” por Teo Calderón. 4ª edición. Madrid : Alymar, febrero de 2011.
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