No deja de ser curioso que un actor, Mel Gibson, elija semejante título para su primera película como director. Hay que decir que El hombre sin rostro, como tantas de las realizadas por intérpretes, lleva a pensar que no hay mejor lugar para aprender a realizar cine que delante de la cámara; no olvidemos que, entre cuantos intervienen en la creación de una película, es frecuente que los actores se cuenten entre los más cultos y conscientes de su trabajo, y que, si no se dejan manipular por sus agentes, tienden a desarrollar un agudo sentido crítico como lectores de guiones: si no consiguen imaginar correctamente la obra que pueden dar de sí, o evalúan equivocadamente la capacidad del director, pueden poner en peligro su carrera; además, son los que atraen al espectador al cine, los que dan la cara, y como no siempre se les reconoce el mérito que les corresponde, es fácil que se sientan tentados a pasar al otro lado de la cámara y dirigirse a sí mismos.
El hombre sin rostro es una película modesta, inteligente, simpática y bien intencionada, que rehúye todo tipo de excesos sin correr un tupido velo sobre las escenas difíciles. Aunque Gibson se haya reservado uno de los papeles principales, conviene tomar nota de que no presenta síntomas de narcisismo, ni sacrifica a los restantes intérpretes para promocionar o potenciar su trabajo interpretativo. Es evidente que no se ha pasado a la realización para ponerse al servicio de su figura como "estrella" ni de su prestigio como actor, sino más bien se sirve de su "gancho comercial" para conseguir dirigir, y como intérprete se contenta con ser una pieza más, eficiente y discreta, en la película.
Sin ser muy original estilísticamente, El hombre sin rostro cuenta con sensibilidad y tolerancia, sin histeria ni maniqueísmo, sin llamar la atención, una historia que sí lo es, y permite abrirle a Gibson un crédito considerable como director. Si sigue —y todo hace pensar que no quedará en un capricho aislado—, creo que será un buen director, de esos que antaño eran en Hollywood legión, pero que hoy se cuentan con los dedos de las dos manos. Su punto fuerte, nada sorprendente, es la dirección de actores, a los que se entrega con desinterés y sin preocuparle que puedan lucirse más que él.
En “Todos los estrenos. 1994”. Madrid : Ediciones JC, diciembre de 1994.