Durante varios años, y hasta 1967, Jacques Tati ha realizado, a un elevado precio, un film llamado Play Time. Este film ha sido diversa y absolutamente destruido por los exhibidores o distribuidores españoles de la forma que ahora expondré.
El cine es el arte del tiempo y el espacio a través de imágenes y sonidos. Pues bien, nada de esto permanece en su forma original en la versión española del film de Tati.
1) El tiempo. El Play Time de Tati duraba ciento cincuenta y dos minutos. Tras tres meses de éxito, los distribuidores franceses obligaron a Tati a abreviarlo a ciento treinta y siete minutos. Esta es una medida desgraciada (un corte nunca hace más corta una película, ya que el ritmo es cuestión de estructura y equilibrio, y no de duración), dictada sobre todo para hacer un intermedio cuyo único beneficiario es el "esmerado servicio de bar en el entresuelo" de los cines, ya que la película no cansa y este entreacto lo único que hace es distanciar, destruyendo el ritmo y la estructura de la película. Con todo, era un mal menor: quince minutos es bastante, pero no demasiado; el descanso dividía al film lógicamente en dos partes equivalentes (la segunda ocurre casi enteramente en el club "Royal Garden") y los cortes habían sido realizados por el mismo Tati. Nada obligaba a los exhibidores extranjeros a proyectar la versión mutilada, pero era de suponer que en España se haría. Lo que era ya inimaginable es que se permitieran amputarle veintiséis minutos más, llegando a un total de cuarenta y un minutos de cortes y dejando el film en ciento once, a costa de perder varias escenas fundamentales. Encima, el descanso ha sido colocado, de modo absurdo, a los cuarenta y dos minutos (siendo ya injustificable en un film de menos de dos horas de duración), lo que deja a Play Time convertido en una serie de fragmentos dispersos.
2) El espacio. Tras estudiar varios tipos de formatos (CinemaScope, Panavisión, Cinerama, pantalla normal, pantalla panorámica, etcétera), Tati decidió rodar el film en 70 milímetros (por cuestiones de nitidez), pero no en panavisión (1 x 2,20 ó 1 x 2,5), sino en panorámica ancha (más o menos 1 x 1,85), colocando bandas de negativo a los lados. Los encuadres de Tati son siempre minuciosos y milimetrados, y más aún en esta película. Pues bien, en algunos sitios —por ejemplo aquí— se proyecta en Cinerama —lo que da derecho a cobrar más caro—, cambiando así el formato y las dimensiones de las imágenes, destrozando los encuadres y estropeando la calidad visual de la película.
3) Las imágenes. La proyección en Cinerama (debido al cambio de formato y a la pantalla curva) distorsiona, sobre todo en los lados, las imágenes, y hace que los fondos de plano pierdan nitidez, lo cual en Play Time es desastroso, ya que se usaba constantemente la profundidad de campo para que el espectador pueda ver los "gags" que ocurren al fondo del escenario. Además, el contratipo es muy malo, empobrece el color y lo emborrona, de tal forma que el trabajo de Tati y su fotógrafo, Jean Badal, ha sido arruinado casi totalmente.
4) El sonido. El film, en su versión original, no tiene casi diálogo, la mayor parte de él está en inglés (sin subtitular) y el resto no tiene tampoco importancia (y era casi inaudible). Era, por tanto, innecesario doblar la película. Pero aquí ha sido —espantosamente— doblada, traducido lo que estaba en inglés, aclarado lo que era innecesario oír, etcétera. Por si fuera poco, el doblaje ha ensuciado y estropeado la admirable banda sonora, lo cual es, en cambio, extremadamente grave, dada la importancia de los ruidos en los modernos films cómicos (véase el caso de Jerry Lewis, al que se suma una voz aguda y cretina que no tiene nada que ver con la del gran actor y director americano).
En total, de Play Time en España no quedan más que despojos, restos de una obra perfectamente armónica y coherente y que ya, por el afán comercialista o los caprichos de los que en Francia, muy adecuadamente, se llama "explotadores" —del cine y del público—, no es ni equilibrada ni tan rica como lo era en su versión original.
Es hora, pues, de que los organismos competentes del ministerio correspondiente pongan fin a este tipo de atropellos, vigilando este tipo de manipulaciones —y sancionándolas como corresponde— que vulneran los más elementales derechos de los autores y de los espectadores.
En Nuestro Cine nº 83 (marzo de 1969)